Es muy común en la práctica escuchar los términos “suelos lateríticos” y “saprolito”. Lo que no es común es que realmente se comprenda la diferencia entre ellos, al menos para una gran mayoría de estudiantes y profesionales ligados a la Ingeniería Geotécnica. Así que vamos a aprovechar la oportunidad para aclarar el asunto.
Los suelos lateríticos son aquellos materiales que han sido fuertemente afectados por filtraciones, y sometidos a una severa meteorización química. Usualmente tienen colores rojos, marrones y amarillos. Debido a la acción de las lluvias, normalmente los constituyentes más solubles del suelo (como kaolinita y sílice), son lavados, y dejan en la superficie un material rico en hierro y aluminio. Estos suelos frecuentemente son encontrados en la zona más superficial, y se caracterizan porque perdieron la estructura original de la roca madre y presentan una composición mineral diferente a la de la roca original.
Por otro lado, el saprolito está conformado por materiales que presentan un menor grado de meteorización, y por lo tanto mantienen en su estructura algunos rasgos de la roca madre. A pesar de que su textura sea la de un suelo, su comportamiento está altamente influido por la presencia de discontinuidades. Este tipo de suelos usualmente se encuentra por debajo de los suelos lateríticos.
La distinción entre ambos materiales no es sencilla en campo, aunque el principal rasgo que es necesario considerar durante la evaluación geológica de un talud en materiales residuales, es que los suelos lateríticos se encuentran siempre por encima del saprolito.
¿Y por qué es tan importante distinguirlos? Por la sencilla razón de que la gran mayoría de las mediciones realizadas en deslizamientos activos, han demostrado que las superficies de falla se localizan usualmente en el saprolito. Pero este es un tema que trataremos en el próximo post.