Como resulta lógico suponer, el aprendizaje asociado a las fundaciones de las estructuras construidas por el hombre, estuvo inicialmente basado en reglas empíricas, desarrolladas por ensayo y error. Posteriormente, comenzó un proceso de inducción, en el cual, a partir de la observación de hechos particulares, se intentó descifrar leyes o criterios generales.
Esto dio origen a un conjunto de reglas de la buena práctica, que básicamente consistían en emplear las diversas tecnologías dentro de los rangos de aplicación previamente ensayados con éxito, y en adoptar precauciones especiales cuando inevitablemente había que excederlos (De Fries, 2008).
Aunque el advenimiento del Método Científico y de las herramientas aportadas por la Ingeniería Geotécnica representó un poderoso impulso, la incertidumbre sigue siendo el factor común en los proyectos geotécnicos. Es por eso que muchas decisiones de diseño en proyectos complejos, requieren de la aplicación tanto del juicio del ingeniero, como de las reglas de la buena práctica ingenieril, de manera de asegurar la funcionalidad de la estructura durante su vida útil.