Steno comparó de manera directa los dientes de tiburón con las glosspetrae maltesas y, tal como señaló en su panfleto “Elementorum myologiae espécimen…”, las formas eran tan similares “… como un huevo se parece a otro”.
Por otro lado, también comprendió que la cuestión de los glossopetrae eran, en realidad, solo un caso especial del problema más general de las conchas marinas fosilizadas, que aparecían bajo la tierra o en las montañas, en lugares alejados del mar. De hecho, era frecuente encontrar glossopetrae ceranas a conchas y otros fósiles marinos, por lo que enfocó sus esfuerzos en comprender la manera en que esos cuerpos habían llegado allí. Eso implicaba no sólo estudiar los fósiles en sí, sino también los lugares donde se presentaban y los materiales en los que aparecían incrustados.
En la época de Steno había un sinnúmero de explicaciones sobre la presencia de conchas marinas en las montañas, casi todas asociadas al diluvio universal señalado en La Biblia, o en el principio de generación espontánea, sostenido por varios científicos de la época. Sin embargo, Steno veía una secuencia de acontecimientos diferente a la basada en estas teorías. Según Steno, las siluetas no distorsionadas de los fósiles daban a entender que cuando habían sido sepultados, la roca aún no era sólida. Es decir, que aún no era roca. Así, las conchas no crecían en el interior de la roca, sino que la roca se solidificaba en torno a las conchas.